A mi amigo Búfalo. Porque se que siempre
seguirá sufriendo cuando escuche mis viajes,
temiendo que en un futuro puedan protagonizar
estas hazañas alguna de sus hijaS
Curiosamente esa pregunta nunca me la ha hecho en un bar, un borracho conocido (que no alcohólico anónimo) para ligar conmigo, siempre ha sido de viaje.
La última vez fue en el aeropuerto de Argel, tras aterrizar en “Alger La Blanch”, en un 3-20 en el que sólo íbamos 10 mujeres, la mitad cubanas (imagino que dirigían a los campamentos de refugiados de Tindouf) y la otra mitad la componíamos la tripulación, una monja, que todavía me pregunto a qué iba y yo.
En
la cola de Pasaportes un hombre de más de cincuenta años intentó evitar el
aburrimiento entablando una conversación conmigo:
-
“¿Qué eres, de
REPSOL?”
Candidato necesita asesor de imagen ¿con gafas? |
-
“¡Uy no! ¡Que va!
Vengo de viaje.”
Contesté
con una sonrisa como si de Disney Landia se tratase. Inmediatamente frunció el
ceño, miró al techo (seguramente acordándome de mis padres o de su hija) ya
sabía lo que me iba a decir… lo que más de una vez me han preguntado mosqueado,
hombres que lejos de ligar conmigo, les enfadaba casi sin conocerme, y
soltó la mítica frase entre gruñidos:
-
“¡¡¡Se puede saber
que hace una chica como tu en un sitio como este!!!”
No
me dejó contestar, tomó la postura de padre responsable y continuó con su
bronca y aspavientos, dándome su tarjeta, preguntándome si tenía la dirección y
el teléfono de la Embajada de España y ofreciéndose para llevarme a donde
quiera que tuviera que ir, porque según él: “¿Cómo me iba a dejar ahí sola?”.
Al final, le convencí de que no pasaba nada, que llegarían a por mí, y que si
no, ya me las arreglaría.
Refunfuñando
ante la posibilidad de tener que ocuparse de una joven inconsciente como
yo, en el caso de que me metiera en líos, aceptó dejarme sola, no sin antes decirme quien era el
jefe de tierra de IBERIA, por si tenía problemas.
Yo
no se como lo hago, pero más de una vez me he encontrado con este tipo de
hombres en mis viajes, todos tienen el mismo perfil: más de 50 años, formados,
responsables y con una hija en alguna parte del mundo “civilizado” a la que no
les gustaría ver sola en algún aeropuerto o estación de África. Siempre se
enfadan conmigo antes de conocerme, y yo, la verdad, lo agradezco.
Este
hombre de Argel, al que por cierto, no necesité volver a llamar, me recordó a
un oficial de Canadá al que conocí en el aeropuerto de Douala al que llegué con
demasiadas cajas de leche en polvo para un orfanato. Cuando vi que no había
nadie que viniera a por mi, las junté y me senté encima de ellas y me puse a leer
mientras esperaba a… “alguien”, no se muy bien a quien, me habían dicho en Madrid que alguien aparecería.
Entonces
se me acercó, serio, firme y se presentó como el “Capitán Smith” (yo en mi pavo
particular, me acordé del Capitán Smith de Pocahontas) e inmediatamente la
pregunta:
-
“¿Se puede saber que
hace una chica como tú en un sitio como este?”
Yo
le contesté que estaba esperando al contacto que teníamos aquí para que me
llevara a un pueblo (que debo confesar, ni sabía donde estaba) para dejar las
cajas de leche en polvo. Al hombre se le encendieron los ojos:
-
“Si claro, en Douala…
¡Ay no me diga que me he equivocado de avión y estoy en Yaundé!”
El
pobre Capitán Smith no apreció mi broma y siguió refunfuñando, con menos
aspavientos que el español de Argel, pero con la misma cara de preocupación.
Hasta que sin que yo dijera nada, me ordenó que cogiera mis cajas (no se muy
bien cómo, pues el espectáculo que había dado al trasladarlas desde la cinta de
equipaje había provocado la risa de más de uno), y me fuera con él, que conocía
el sitio y que no pensaba dejarme sola ahí. Yo se lo agradecí de nuevo, pero me
negué, este hombre parecía buena gente y preocupado, pero tampoco sabía nada de
él, y la verdad… es que yo en los aeropuertos siempre me siento como en casa.
Así que nos despedimos, no sin antes anotar su teléfono y jurarle como así me
hizo hacer, que le llamara ante cualquier problema y si no los tenía, cuando
estuviera “sana y salva”.
Y
así hice, para decirle que había llegado bien y donde estaba, resultando ser un
orfanato que él conocía y con el que tenía algún proyecto.
Pero
al que siempre recordaré con más cariño, fue al que más enfadamos (dos amigas
mías colombianas y yo). Aquel jubilado marroquí que había sido intérprete en
Naciones Unidas si que nos salvó de un buen susto.
Al mal tiempo... ¡carcajada! |
Nos
subimos en primera y mientras buscábamos nuestro compartimento, nos íbamos
inquietando; ahí sólo había hombres que se quitaban las camisetas y gritaban a nuestro paso como diciendo:
“¡CHICOS! ¡CARNE FRESCA!” mirándonos con ojos un tanto lujuriosos. Nosotras,
intentando quitarle hierro al asunto nos decíamos que con la peste que traíamos
no habría valiente que se nos acercase (a pesar de que la más viajada de nosotras estaba más elegante que salida de una boutique de París). Por fin entramos en el compartimento, ¡no
había nadie! Menos mal. Y mientras colocábamos las cosas se abrió la puerta y
vimos a un hombre canoso:
“¿¿¿¡¡¡
SE PUEDE SABER QUE HACEN 3 CHICAS COMO VOSOTRAS EN UN SITIO COMO ESTE!!!???;
¡¡¡ ME HABEIS FASTIDIADO EL VIAJE!!!”
Yo
le intenté explicar que éramos unas viajeras que… no hubo manera, me
interrumpió a gritos, no quería escucharme, su sitio era el de la ventana, pero
nos ordenó que nos pusiéramos ahí, lejos de la puerta, que él ya vigilaba.
Entonces se volvió a abrir esta, dándole en las narices y un hombre joven entró
con una sonrisa pensando que le había tocado la lotería. No le dio tiempo a decirnos ninguna guarrada cuando el jubilado cerró la puerta de golpe detrás de él, y
le empezó a gritar. Yo no entendía nada, pero deduzco que era algo así como:
“Tu te sientas ahí, frente a mi. Y como se te ocurra moverte, te corto el
cuello ¿entendido? ¡no te voy a quitar el ojo de encima!”
El
chico joven se sentó, callado y serio "acongojaito" estaba, ni movió un músculo en todo el viaje,
ante la severa mirada de aquel hombre al que bautizamos como “santo protector”.
Que pasó todo el viaje sin dormir, aguantando nuestros olores y vigilando al
“figura” que tenía delante para que no se sobrepasara con nosotras.
Cuando
llegamos a Tánger ni se despidió, seguía enfadado. Cerró la puerta de golpe
mientras gritaba: “¡¡¡ESTO NO SE LE HACE A UN PADRE!!!”
Yo
creo que con los años, encontraré menos caballeros a los que enfade por
encontrarse a una “chiquilla” sola en un sitio que ellos consideran que no
debería estar, o puede que esto sea ya algo que me pase siempre en mis viajes
de ahora en adelante, y siempre me encuentre alguno.
Pero
lo que si es cierto, es que yo, agradezco todos estos enfados y preocupaciones,
pues si bien es verdad que a veces me parecen excesivos, otras muchas no lo son
y además, recuperan la “esencia de viajar” en este mundo tan contaminado por el
turismo.